La segunda mejor cama

Una reseña de Hamnet de Maggie O'Farrell.

POR Santiago Wills

Diciembre 14 2021
Reseña de Hamnet

De todas las metáforas que los escritores han usado para describir la literatura, prefiero, en gran medida por razones biográficas, la de Nabokov: el buen escritor como mago, ilusionista o encantador. Ese que, como la embustera naturaleza, logra engañar al lector para hacer pasar un castillo de naipes por “un castillo hermoso de acero y cristal”. 

Al igual que sucede con la magia, entendida en el sentido artístico de sombreros de copas, conejos y elefantes que desaparecen, no estamos ante la presencia de eventos sobrenaturales, sino de una decisión a menudo inconsciente de creer en lo increíble. Para Nabokov, esa voluntaria suspensión de la incredulidad de la que hablaba Coleridge se consigue mediante trucos que los buenos escritores disimulan con mucho mayor éxito que otros. Las grandes novelas despliegan un repertorio de ilusiones que juegan con las pretensiones del lector mientras se deleitan con su habilidad técnica. 

En 2021 leí menos novelas de lo que hubiese querido y me concentré en libros sobre animales para un libro de no ficción sobre el jaguar que poco a poco toma forma. La mayor perjudicada del afán felino fue la literatura contemporánea, que dejé prácticamente de lado desde el inicio de la pandemia. Solo hasta hace un par de meses empecé a intercalar novelas con libros científicos, y solo hasta hace un par de semanas tuve la fortuna de toparme con Hamnet, la bella novela de Maggie O’Farrell.

En Hamnet, O’Farrell imagina un periodo de la vida de Anne o Agnes Hathaway (la escritura cambia según el documento histórico que se consulte) y su esposo, William Shakespeare, a partir de la escasa información que tenemos. Se centra en Agnes y en la muerte de Hamnet, un hijo de la pareja (tuvieron tres: Susana, Judith y Hamnet) que murió a los 11 años, probablemente debido a la peste negra. 

No se trata de una novela histórica. A través de Agnes, a quien O’Farrell imagina como una fuerte mujer con habilidades casi druídicas, la novela explora el matrimonio, el dolor que acompaña la muerte de un hijo (la hija de la autora estuvo a punto de morir debido a una complicada enfermedad autoinmune) y las vidas que alimentan la escritura. 

Sobre ese último punto es que giran las mayores ilusiones de la novela de O’Farrell, aunque los otros dos puntos también se tratan de manera admirable. El amor entre Agnes y su esposo es a menudo conmovedor, más allá de la consistencia histórica que tenga. Shakespeare célebremente no incluyó a su esposa en la primera escritura de su testamento y solo le dejó “la segunda mejor cama” de su casa en una línea que se añadió tiempo después. La mejor cama era de la de los invitados, de acuerdo con algunos académicos, por lo que lo anterior no sería tan grave. No obstante, esto no borra las alusiones a la dama oscura y al misterioso y apuesto joven de los sonetos (¿ya cancelaron a Shakespeare por su posible pedofilia?). El matrimonio de Shakespeare seguramente no fue feliz, al menos en el sentido de felicidad de un matrimonio que aún hoy se mantiene, pero esto no impide que el lector, así conozca ese trasfondo histórico, se conmueva con el cariño que crece entre Agnes y su esposo. 

La muerte de Hamnet es igualmente enternecedora. La prosa de O’Farrell, sin duda alimentada por sus propias experiencias con su hija, desgarra línea a línea desde el momento en que Hamnet cae enfermo. No creo exagerar al decir que la lectura de esta novela será quizás lo más cerca que una persona como yo, que no tiene ni piensa tener hijos, puedo estar de entender o empezar a entender lo que significa la pérdida de uno. 

Pero, de nuevo, creo que el mayor logro de la novela –o el que más me interesa, como buen seguidor de Nabokov– se encuentra en relación con la escritura. Hamnet nos llama la atención por la obra de Shakespeare que nació de la muerte del niño. En los registros históricos, los nombres eran intercambiables y es evidente que un hecho como ese va a tener un efecto sobre la escritura. O’Farrell se dio cuenta de ello y quizás por eso decidió darle un lugar a Agnes, una vida a Hamnet y una nueva dimensión a una las obras de teatro más poderosas de la historia. 

Y la manera como lo hizo es extraordinaria: la novela se cuida de mencionar el nombre de Shakespeare o de la obra hasta las últimas páginas. O’Farrell habla del estudiante de latín, el hijo del fabricante de guantes, el esposo de Agnes, pero nunca del que es quizás el mayor escritor de la historia de Occidente. Porque no es necesario: leemos Hamnet porque amamos Hamlet. La obra de Shakespeare está presente en todo el texto, como ese famoso espectro del rey de Dinamarca. Y O’Farrell logra algo impensable, uno de esos trucos envidiables: cambia de manera significativa, así sea momentáneamente, Hamlet.

ACERCA DEL AUTOR


Santiago Wills

En 2015 hizo parte de la selección oficial del Premio Gabo con el texto “El cisne negro”, publicado en la revista peruana Etiqueta Negra, y en 2016 ganó el Premio de Periodismo Simón Bolívar en la categoría de crónica por “El barquero y los escombros”, publicada en Vice. Entre 2017 y 2019, como becario Fulbright, escribió una novela que permanece inédita, Jaguar.